El día 28 de febrero, hemos visitado el Museo del Aire
Un día entre aviones
Uno sabe que no está perdido del todo en el enjambre de vías que rodea el aeródromo de Cuatro Vientos, el más antiguo de España, mientras vea avionetas sobrevolándolo. En una de sus aristas, la que da a la carretera de Extremadura, se ubica el Museo de Aeronáutica y Astronáutica, cuyo enrevesado acceso está cada vez más cerca porque lo indica el depósito elevado de agua que se atisba desde cualquier punto de la rosa de los vientos, con una pancarta clavada en el frontal: «Museo del Aire». Este depósito ha servido desde antiguo como referencia visual a los pilotos en el despegue, igual que lo era el silo de Navalcarnero para señalizar el circuito de aproximación a la pista 09.
Llegamos al aparcamiento del museo observando el goteo de aviones. El martes 28 de febrero soplaba aire fresco del noroeste obligando a las aeronaves a iniciar la carrera desde la cabecera de la pista 27, con el intenso astro rey calentando la popa. Los pilotos tienen 1500 metros de pista asfaltada (con 30 m de ancho) antes de tirar del cuerno para elevarse. Les sobra más de la mitad porque la ligereza de los materiales con que se fabrican hoy en día ha hecho de los aparatos aviones de papel que no necesitan apenas recorrido y van sobrados de potencia de motor para lanzarse al aire.
A las 10,30 h despegó una Cessna 172 Skyhawk que, tras sobrepasar la autovía, viró al oeste y se perdió en el horizonte antes incluso que el ronroneo de su motor, que en ese momento se confundía con las alharacas y los abrazos que se iban sucediendo según llegaban al punto de reunión en el aparcamiento los miembros de la Hermandad de Veteranos del Regimiento de Infantería «Inmemorial del Rey» nº 1, convocados por la junta directiva para llevar a cabo una visita cultural al conocido comúnmente como Museo del Aire. «Y del Espacio», afirmó uno de los veteranos imprimiendo cierta sorna a la frase, en alusión al reciente cambio de nomenclatura por el que, desde junio de 2022, el Ejército del Aire pasó a denominarse «Ejército del Aire y del Espacio».
Los 18 miembros apuntados a la excursión nos encaminamos a la entrada del museo con el presidente de la Hermandad, el general Juan Bosco Valentín-Gamazo de Cárdenas, encabezando la comitiva, acompañado por el vicepresidente Santiago Santos Sánchez, el secretario Gerardo Hernández Rodríguez, el tesorero Ricardo Daura Agudín y algunos vocales: los comandantes Francisco Carpena Pérez y Manuel Retama Cabezas y el coronel Enrique Manuel Botella García-Lastra, que tres días después, en la Asamblea General de 2023, sería elegido nuevo presidente de la Hermandad. Tras ellos, el resto de participantes.
Aviones varados en tierra
Conozco bien las instalaciones de Cuatro Vientos gracias a mi temprana afición a la aeronáutica, aunque en el museo estuve la última vez hace diez años. Por eso, como lo he frecuentado, a mí no me sorprende tanto lo que llama la atención a los neófitos, que se suelen quedar extasiados –con razón– junto a la garita de control de acceso ante la enorme envergadura del Boeing KC-97L «Stratotanker», el cuatrimotor que recibe a contraluz a estas horas de la mañana a los visitantes. Nos esperaba el teniente coronel Ignacio Arregui, ayudante del director, para acompañarnos hasta el hangar 1, en cuyo piso superior se hallan las oficinas.
En el paseo, a la derecha queda el jardín que conforma la zona de monumentos, donde además de un Transavia PL-12 «Airtruck», un avión miniatura de fumigación que parece de ciencia ficción, con dos colas que salen de las alas, se ubican los conjuntos escultóricos, placas y bustos de mitos de la aviación como Ramón Franco, Torres Quevedo, Pedro Vives, Alfredo Kindelán, Emilio Herrera o García Morato. Detrás del jardín se ve la zona de los helicópteros y, en el lado opuesto, la campa que alberga la exposición exterior con las aeronaves más grandes, destacando algunas siluetas conocidas.
Siempre me ha resultado extraño contemplar tantos aviones varados en el asfalto, vetustos, tristes y anclados en el tiempo, arracimados en un terreno que aparenta ser escaso para su número y envergadura. Es una estampa que me produce gran satisfacción, pero tristeza al tiempo, la que da ver a los pájaros enjaulados, privados de libertad. Bien es cierto que estos «pájaros» no pueden volar desde hace mucho, desde que dejaron de prestar servicio activo y la generosidad de algún mando interesado en la historia los rescató del desguace y los ubicó en un lugar eminente para su mayor gloria. No es mal destino póstumo un museo del recuerdo para estos fieles servidores de la patria. Aunque tampoco es desdeñable lucirlos en una peana en un centro militar, en un aeropuerto o en una glorieta pública. Aquí no se lleva tanto, pero Europa está plagada de rotondas que lucen orgullosas cazas señeros de su aviación nacional.
Obras de arte aeronáutico
La entrada del hangar 1 está presidida por cuatro cancerberos de lujo, dos pares de cazas Casa C-101 Aviojet «Mirlo», uno con la librea del punto 3 de la Patrulla Águila, que tanto orgullo nos hace sentir porque es la máxima representación internacional de nuestro ejército, y, enfrente, un North American F-86 Sabre de la Patrulla Ascua, precedente acrobático de la Patrulla Águila (ante ellos nos inmortalizaríamos al final de la jornada). Junto a éste se halla un modelo Hispano Aviación HA-220 «Supersaeta» con pintura de camuflaje.
En el salón de actos, el Tcol. Arregui ofreció a los veteranos del Inmemorial un reconfortante café con pastas. Al rato se personó el coronel Juan Andrés Toledano Mancheño, director del Museo de Aeronáutica y Astronáutica. Venía con la cara cubierta, pero eso no impidió que su natural simpatía traspasase la mascarilla quirúrgica que llevaba como protección para los demás porque acababa de hacerse una prueba médica.
También nos acompañaba el guía del museo Carlos Velasco, que iba a ser nuestro cicerone por las instalaciones y nos amenizaría el recorrido con su conocimiento de la aviación, del contenido de la muestra en los distintos pabellones y con sus acertados y acerados comentarios.
Como si fuéramos pilotos en ejercicio, el coronel Toledano llevó a cabo un «briefing» para ponernos al día de todo lo que se cuece en el museo y de lo que íbamos a ver en cuanto comenzara la misión a la que nos habíamos presentado voluntariamente. Cuando terminó de hablar, fuimos conscientes de que en estas magníficas instalaciones contemplaríamos obras de arte aeronáutico únicas y de todos los tiempos, o sea, de hace poco más de un siglo a esta parte porque la historia de la aviación comenzó en 1903 con el famoso vuelo de los hermanos Wright en la playa de Kitty Hawk (Carolina del Norte, EE.UU.); si bien, existen antecedentes remotos del vuelo humano en el siglo XI, en la Edad Media con los inventos visionarios de Leonardo da Vinci y en la primeriza aerostación del siglo XVIII.
Breve historia del museo
El coronel Toledano está dotado de un verbo rápido como el rayo y florido como un cuadro de Monet. Su locuacidad es proporcional a su rapidez mental, y sus conocimientos van parejos a los del druida que lo sabe todo de su ciencia misteriosa. Algunos nos quedamos boquiabiertos con sus explicaciones. Tanta es su erudición y su velocidad de exposición que a duras penas pude tomar nota de todo lo interesante que decía.
Relató la historia del museo con un entusiasmo juvenil y contagioso, afirmando que surgió la idea de su creación «en la gran parada de Barajas tras la guerra civil, que reunió a 3.000 aviones de 900 tipos diferentes de uno y otro bando». Poco después se fundó el Ministerio del Aire, vigente hasta 1977, cuando se creó el Ministerio de Defensa.
El museo se puso en marcha en octubre de 1940, ubicándose en 1948 en el Ministerio del Aire, en Moncloa, con los escasos elementos con que contaba entonces. Su creación oficial la dictaminó un real decreto de 1966 y fue en el 75 cuando se decidió trasladarlo al aeródromo de Cuatro Vientos, «que había sido inaugurado el once del uno del once», afirmó con gracia Toledano. «Empezaron las obras en 1979 y lo inauguró en mayo de 1981 el Jefe del Estado Mayor del Aire, teniente general Emiliano José Alfaro Arregui –afirmó el coronel–. El diseño del museo se hizo siguiendo el método romano, o sea, haciendo los caminos según las preferencias del público. Por donde trataban de abordar el avión los visitantes, se creaba un acceso».
165 aviones en exposición
En la actualidad, el fondo del museo alberga unos 6.200 elementos catalogados como «Bien de Interés Cultural», contando las colecciones de maquetas, dioramas, motores, cañones, cuadros, condecoraciones, armas, vehículos auxiliares y otros artículos relacionados con la aviación, entre los que destacan las 165 aeronaves expuestas en el recinto, que tiene una extensión de 66.938 m2 repartidos en siete hangares, algunas dependencias anexas como talleres, almacenes y depósitos, y la zona exterior, que «pronto será ampliada con un terreno adyacente de 36.575 m2, con lo que el museo tendrá una extensión de 103.513 m2, el equivalente a 14 estadios de fútbol», dijo Toledano.
Afirmó el director que el 80% de estos aviones estuvieron operativos y pasaron al museo al ser retirados del servicio. Explicó la estructura orgánica del Cuartel General del Ejército del Aire, «a cuyo Servicio de Historia y Cultura del Ejército del Aire pertenece el museo como órgano encargado de adquirir, conservar, investigar y exhibir los fondos históricos, artísticos, científicos y técnicos relacionados con la actividad aeronáutica», y glosó las realizaciones de todo tipo que lleva a cabo el museo: exposiciones temporales, talleres escolares y para las familias, conferencias sobre la aviación militar española, grabaciones cinematográficas, seminarios y convenciones, participación en la Semana de la Ciencia, el Día internacional de los museos, etc.
Comentó también la afectación causada por la pandemia en la asistencia, aunque empezó a remontar el año pasado, cifrando en 73.000 los visitantes anuales, ocupando el puesto número 11 entre los más visitados de los 142 museos que tiene Madrid. «En enero de 2019 recibimos la visita número un millón», presumió orgulloso Toledano, quien adelantó a la ilustre concurrencia las actuaciones en marcha, como la adecuación museística de las salas expositivas, la restauración en pintura para controlar la corrosión de las piezas expuestas al aire libre y la importancia del museo en las redes sociales.
Precisamente, en 2020 el museo recibió el premio «Travellers» y se situó en el número 36 del curioso ránking de las 1.047 mejores cosas que hacer en Madrid. El coronel Toledano aseguró que, según CNN Travel, «de los 20 mejores museos de aviación del mundo, el de Cuatro Vientos ocupa el puesto número 7». Doy fe personal del aserto porque he visitado unos cuantos: Nueva York, Pearl Harbor, Las Vegas, Ho Chi Minh (antigua Saigón), Le Bourget, Esmirna, Berlín, Múnich, San Francisco, etc., y en base a esta gozosa experiencia debo reconocer que hay por el mundo museos de aviación espectaculares, pero que el de Cuatro Vientos, si bien es susceptible de mejoras, tiene poco que envidiar a ninguno.
Recorrido por la historia aeronáutica
Al terminar la charla sobre el interesante museo de Cuatro Vientos, el general Valentín-Gamazo, en agradecimiento por la invitación, hizo entrega al coronel Toledano Mancheño de una réplica del guión de la Hermandad de Veteranos del Inmemorial, dando seguidamente comienzo la gira por la historia de la aviación española en el mismo hangar 1, guiados por el simpar Carlos Velasco, cuyas explicaciones serían suficientemente descriptivas como para hacerse una idea aún haciendo el recorrido con los ojos vendados.
El hangar 1 fue reformado en 2015 y contiene la sala de condecoraciones, con medallas, banderas y retratos de los grandes aviadores de nuestra historia, destacando el de Emilio Herrera y el enorme lienzo de 2,33 m x 2,19 m de S.A.R. el Infante D. Alfonso de Orleáns en traje de vuelo, inmortalizado por el insigne pintor Antonio Ortiz Echagüe en 1929. En el hangar encontramos la historia de la aerostación y los primeros años de la gran aventura de volar, con réplicas y originales de los más antiguos, piezas de los primeros años de la historia de la aviación en España y en el mundo, como el Flyer I de los Wright o el Vilanova Acedo, el primer avión fabricado en España y el más antiguo que se conserva; junto a ellos están el Caudron G-3, Nieuport IV-G, Fokker C-III, De Havilland DH-4, Avro 504K, Farman 402, el Comper Swift «Ciudad de Manila», etc.
Entre los 22 aviones que albergan las salas de este hangar, que es seguramente el más grande y principal de los siete del museo, destacan dos enormes Heinker HE-111, junto a una importante colección de motores y un Ford T para el arranque de los mismos. En 2016 se inauguró la segunda sala, dedicada a la guerra de África, que comienza con una interesante reconstrucción de un blocao que nos introduce en la cronología de aquella terrible contienda (1913-1927) y los aviones que en ella se utilizaron. Está muy lograda la ambientación realista con los aeroplanos sobre el terreno desértico, lo que da buena cuenta del complejo escenario donde se desarrollaron los hechos.
La época dorada de la aviación española
En este hangar 1 se habilitó en 2019 una sala para recordar los «Grandes Vuelos» de los años 20, la época dorada de los raids de la aviación militar española, apenas veinte años después del primer vuelo con motor de los hermanos Wright. Tras una guerra que descubrió una nueva y mortífera arma e hizo progresar a la fuerza a la aviación, la paz trajo las ansias de acortar el mundo gracias al nuevo invento. Entonces surgió la vena aventurera y exploradora y se alcanzaron los dos polos, se cruzó el Atlántico, se voló de Europa a Australia y a Sudáfrica y se dieron las primeras vueltas al mundo volando.
España no fue ajena a esta fiebre aérea y los aviadores españoles estuvieron a la altura del reto planteado por el nuevo medio de transporte. De este mundo de valientes queda constancia en el museo para esponjarnos de orgullo por las hazañas que llevaron a cabo nuestros antepasados. La primera gran aventura fue la realizada en 1926 con el hidroavión Dornier J Wal «Plus Ultra», matrícula M-MWAL, pilotado por el comandante Ramón Franco y el capitán Julio Ruiz de Alda, acompañados por el teniente Juan Manuel Durán como navegante y el cabo mecánico Pablo Rada. Salieron de Palos de la Frontera y llegaron sanos y salvos a Buenos Aires. Aunque no fueron los primeros en cruzar el Atlántico sur entre Europa y América, fueron los primeros en hacerlo con el mismo avión con el que partieron. Hoy, el mítico «Plus Ultra» se exhibe en el museo del transporte de Luján (Argentina) y una réplica exacta reposa en este hangar número 1.
Otra impresionante gesta fue la protagonizada por la Escuadrilla Elcano, que voló en 1926 de Cuatro Vientos a Manila (Filipinas) con tres aviones Casa Breguet XIX bautizados «Fernando de Magallanes», pilotado por el capitán Rafael Martínez Esteve con el mecánico Pedro Mariano Calvo; el «López de Legazpi», con Joaquín Loriga Taboada y Eugenio Pérez; y el «Juan Sebastián Elcano», con Eduardo González-Gallarza y Joaquín Arozamena. De los tres, sólo llegó a Manila el «López de Legazpi», tripulado en la última de las 17 etapas por González-Gallarza y Joaquín Loriga.
El Casa Breguet XIX, verdadero protagonista
La Patrulla Atlántida realizó en 1926 el viaje de ida y vuelta entre Melilla y Guinea española recorriendo la costa africana. Este raid tuvo una gran importancia en su momento y el jefe de la expedición, comandante Rafael Llorente, recibió al año siguiente, en 1927, el segundo premio de la Liga Internacional de Aviadores. El primero fue para Charles Lindbergh por su vuelo sobre el Atlántico norte sin escalas. La patrulla estaba compuesta por tres Dornier J Wal: el «Valencia», con el comandante Rafael Llorente, el capitán Teodoro Vives, el sargento Lorenzo Navarro y el soldado Antonio Naranjo; el «Cataluña», con los capitanes Manuel Martínez y Antonio Llorente y el soldado Juan Quesada; y el «Andalucía» con los capitanes Niceto Rubio, Ignacio Jiménez y Antonio Cañete y el soldado Modesto Madariaga.
El cuarto gran raid fue el del Casa Breguet XIX TR Gran Raid «Jesús del Gran Poder», que en 1929 voló de Sevilla a Cassamary (a 50 km de Bahía, Brasil) con los capitanes Ignacio Jiménez (de la Patrulla Atlántida) y Francisco Iglesias. El objetivo era atravesar el Atlántico sur sin escalas, batiendo el récord de distancia de un avión. Desde Cassamary, siguieron volando hasta Cuba, pasando por Río de Janeiro, Montevideo, Buenos Aires, Santiago de Chile, Arica, Lima, Patía, Colón y Managua. Llegaron a la Habana tras recorrer 22.000 km en 121 horas de vuelo. Tripulantes y avión regresaron a España en barco y hoy podemos gozar de contemplar al auténtico «Jesús del Gran Poder» en el Museo del Aire.
El vuelo del Casa Breguet XIX GR «Cuatro Vientos» («Superbidón») fue el último de los grandes raids y una de las mayores hazañas aéreas de todos los tiempos. A bordo del mismo volaron el teniente Joaquín Collar como piloto y el capitán Mariano Barberán, impulsor del proyecto. Tras volar en 1933 de Cuatro Vientos a Tablada (Sevilla), emprendieron el vuelo hacia Cuba y México. Llegaron a La Habana tras 39 horas y 55 minutos en el aire, tiempo en que recorrieron 7.895 km. Partieron para Ciudad de México, a 1.920 km de La Habana, pero la última vez que se les vio volando fue cerca de la ciudad mexicana de Villahermosa. Desaparecieron del mapa. Nunca más se supo de ellos. Una impresionante réplica del avión se expone en este hangar de Cuatro Vientos.
Por último, señalar la gesta de dos civiles. En 1932, el conocido aviador malagueño Fernando Rein Loring inició con su avioneta Loring E-11 «La Pepa» un vuelo en solitario desde Cuatro Vientos a Manila (Filipinas) que sería un rotundo éxito a pesar de los obstáculos y peligros que tuvo que salvar en los 15.615 km recorridos. Repitió la hazaña en 1933 con el Loring E-11 «Ciudad de Manila», partiendo de Getafe para aterrizar en la capital de Filipinas tras recorrer 15.130 kilómetros y haber volado 82 horas y 40 minutos.
Y en 1935, Juan Ignacio Pombo Alonso-Pesquera, hijo de Juan Pombo, aviador pionero en España, perteneciente a la generación conocida como «Los locos del aire», emprendió el viaje en solitario desde Santander hasta México con un aparato de 130 caballos fabricado en Reino Unido por la firma British Aircraft Klemm: el Eagle 2 «Santander». Tras varias etapas, con paradas de varios días en Madrid, Sevilla, Ifni, Senegal, Brasil, Colombia, Venezuela y Panamá, aterrizó en el aeródromo de la capital mexicana tras completar 76 horas de vuelo y recorrer 15.970 kilómetros.
La zona exterior, plagada de aviones
El siguiente paso en nuestro recorrido museístico fue la zona exterior, plagada de impresionantes aeronaves de transporte de tropas y cazas de combate de distintas épocas, envergaduras y nacionalidades. En total, 40 aviones, que no voy a enumerar porque sería tedioso y porque algo hay que dejar a la curiosidad de quienes quieran sorprenderse contemplando en vivo esta maravilla. Cabe reseñar, no obstante, los Junkers JU-52 y Casa C-352 (delante nos hicimos una foto de grupo), los Dassault Mirage III-E, el Lockheed F-104 «Starfighter», los Macdonell Douglas F-4C «Phantom II”, el De Havilland DHC-4 «Caribou», el Casa 212 «Aviocar», los MIG-17, 21 y 23, el Dornier 24 HD5 del SAR, el Douglas DC3 «Skytrain», los Casa Northtop F-5A y la media docena de helicópteros, con tres Agusta Bell como los utilizados en la guerra de Vietnam.
Por poner una pega –sin querer emular a Pepito Grillo–, quisiera evidenciar algunas carencias, que son más bien deseos. No estaría de más que el visitante pudiera contemplar tres réplicas: el Eurofighter Typhoon, el McDonnell Douglas EF-18 «Hornet» y el Ryan NYP «Espíritu de San Luis», con el que Charles Lindbergh cruzó en solitario el Atlántico norte de Nueva York a París, en 1927, cuando contaba el piloto 25 años.
El hangar 4 está dedicado a los autogiros y helicópteros, entre los que destacan varios modelos diseñados por el ingeniero español Juan de la Cierva: los C-6, C-30 y C-19MK-4P, y además contiene una significativa colección de instrumentos de vuelo. En el hangar 3 se ubican varios motores y se apiñan contrapeados 24 aviones de menor tamaño, de entrenamiento, escuela, enlace y combate, además de veleros y una amplia colección de hélices.
Entre todos, destacan los participantes en nuestra guerra civil, agrupados en un pasillo: los Polikarpov I-15 «Chato» e I-16 «Mosca» o «Rata», del bando republicano; el Fiat CR-32 «Chirri» y los Messerschmitt Hispano Aviación HA-1112 «Buchón» y Ha-1109 «Tripala», del bando nacional. Y los Dornier DO-28 A-1, Augusta Bell 47-G2, Cessna L-19 «Bird Dog», las Bücker BÜ-133 «Jungmeister» y BÜ-131 «Jungmann», y el mítico Fokker DR-1 del famoso Manfred von Richthofen, el «Barón Rojo», héroe de la aviación alemana durante la I Guerra Mundial.
El tiempo «vuela»
Por falta de tiempo material –el tiempo pasa volando, eso ya se sabe– se quedaron sin visitar los hangares 2, dedicado al espacio, los simuladores, motores a reacción, comunicaciones y uniformes de la aeronáutica militar, y el 5, de contenido variado, con aviones de acrobacia, algunos de caza y combate, el importante De Havilland 89 «Dragón Rapide» que transportó a Franco desde Gran Canaria a Tetuán al comienzo de la guerra civil, y un rincón dedicado al paracaidismo.
Los hangares 6 y 7 están cerrados de momento por obras de restauración, pero sé lo que hay por mis visitas anteriores. El primero contiene algunos modelos civiles y motores, además de las cabinas de dos unidades comerciales de pasajeros y el primer hidroavión del Ejército del Aire que se dedicó a la ayuda humanitaria, el espectacular Dornier 24-T3 con sus tres motores gigantes anclados a la longitud alar; mientras que el segundo alberga la impresionante colección de maquetas de modelos, nacionales y extranjeros, otra de aeromodelismo y dioramas de aviación.
Una vez concluida la visita, llegó la hora de las despedidas y el coronel agradeció su presencia a los veteranos del Inmemorial, que le devolvimos los parabienes en agradecimiento por la magnífica jornada disfrutada y por la importante labor que lleva a cabo en este impresionante museo. Tras despedirnos del guía Carlos Velasco, cruzamos la calle para acceder al centro deportivo Barberán y Collar, en cuyo restaurante degustamos un completo almuerzo en sana camaradería, dando a los postres por finiquitada esta interesantísima, didáctica e impagable excursión por la historia de la aviación española.
Primitivo Fajardo (07-03-2023)